martes, 12 de julio de 2011

COLUMPIOS CON CANDADOS






Miércoles 06 de julio de 2011 / p. 14
No es una metáfora. Quien se pasee por la plaza central de nuestra ciudad, conmemorativa, precisamente, del Gran Mariscal de Ayacucho, podrá verlos. Columpios custodiados por candados que son recordatorios de la libertad que hemos perdido los ciudadanos. Emblemas de un olvido gubernamental que no debe ser aceptado.

La imagen feliz de padres compartiendo con sus niños la alegría de los juegos de fin de semana choca brutalmente con aquella otra y me pregunto si alguien se da cuenta de lo grave que es el robo de este pedazo de alegría ciudadana. Pienso también en que, otra vez, somos empujados fuera de los espacios que se supone deberían ser cultivados por el Estado para el sano esparcimiento de las familias, que es decir, para fortalecer la fibra humana de nuestra ciudad.

Lo cierto es que lo que se nos regala es el recordatorio de esta especie de cárcel exterior que vivimos los cumaneses. Es una cárcel literal, material, que se hace presente en los enrejados, alambradas, candados, cercas eléctricas; y también es una cárcel más grave y pesada, porque es una prisión del espíritu que socaba nuestro sentido de comunidad. Percibimos al prójimo como amenaza y somos tratados como amenaza. Es el otro, potencial ladrón, estafador, que “algo malo quiere”. El otro que debe contemplar impotente cómo se “rescata” nuestra plaza de las garras de los delincuentes descartando sus hermosos postes originales, y sustituyéndolos por unos inadecuados para el lugar; apropiados, en todo caso, para una autopista. El otro, ese potencial delincuente que no es capaz de aprender a apreciar y cuidar sus espacios, ese ciudadano cumanés, merece la pérdida de la “fuente luminosa” (como afectuosamente decían los cumaneses), que hace unas décadas reunía a las familias fascinadas con el espectáculo de sus luces. Ese otro que la ciudad nos devuelve, y cuyo espejo pone ahora en los ojos de los niños más pequeños, es una amenaza.

No es extraño entonces que los ciudadanos debamos soportar en los comercios ese trato, por lo menos denigrante, de “visualización de bolsos y carteras”, entrega de paquetes, vendedores pegados a los talones, etc. La ciudad nos retrata de ese modo.

Y cómo dejar de referirme a ese otro dolor de costado que esta ciudad padece en materia ciudadana: nuestros jóvenes. ¿Quién, realmente, se ocupa de ellos? Salir un viernes por la ciudad, o ahora que muchos muchachos han salido de vacaciones, es ver aglomeraciones de ellos a las puertas de algunos centros comerciales. Están allí. Esperan algo a las puertas de sitios a los que no pueden entrar porque no tienen dinero para consumir. También se aglomeran, y es gravísimo, en torno a las licorerías.

Lo cierto es que a esta masa bulliciosa, desordenada y rebelde se le huye como a la plaga. No entran aquí, no se les deja estar más allá. Y las políticas sociales de este aparato que nos desgobierna no incluyen ninguna previsión cultural, deportiva, recreativa, para ocupar sanamente este ocio. Tampoco hace nada para combatir las prácticas más lesivas que, en esta materia, se dan. ¿Sabía usted, apreciado lector, que en algunos centros comerciales de nuestra ciudad está prohibido leer? Si usted saca un libro, un vigilante se acercará y le comunicará que la gerencia prohíbe leer en ese lugar, como si de una conducta inmoral se tratase. Después de todo, poco debe valer el derecho a la lectura en una ciudad donde su Biblioteca Pública Central pasa dos años cerrada sin que se levanten voces de alarma. Ni siquiera desde nuestra universidad, supuesto mayor centro cultural de por estos lados.

Pero ese es el retrato que nos devuelve la violencia que se ha ejercido sobre esta ciudad: un columpio con candados. Es el retrato que también ha permitido nuestro silencio.

Profa. Adriana Cabrera

Dpto. Filosofía y Letras

udistasns@gmail.com

http://udistasns.blogspot.com