Cada quien piensa el país desde sus circunstancias, si bien no exclusivamente individuales, sí desde la perspectiva de una pertenencia social. Soy una profesora de teoría literaria y literatura, y madre, hija, esposa, hermana, amiga, confidente, equilibrista, ciudadana, testigo, nunca militante, pero sí, en ocasiones, culpable… A mi alrededor fluye la vida en un concierto intensamente disímil, marcado por la diferencia de la gente y de las cosas, por el paso que no acompasa. Uno de los aspectos que me resulta más estimulante de mi trabajo es, precisamente, la reunión de este concierto desigual en un aula: es profundamente provocador, y he amado mucho a mis alumnos más rebeldes, a los indóciles… Quiero pedir disculpas al lector por esta entrada excesivamente personal, pero me parecía importante dejar sentada la perspectiva: hay un punto en el que los asuntos del país, de la universidad, de la sociedad, dejan de pertenecer al ámbito de la ajenidad, para pasar a formar parte de la órbita personal. Atraviesan el tamiz diferenciador de la individualidad. Sin embargo, este hecho no despoja su entender de una resonancia política, tanto más en cuanto se orienta a un colectivo. Yo me dirijo a la comunidad universitaria. Mis ideas aparecerán, pues, dominadas por el peso de esa cosa viva que es el lenguaje, mi vocación. En la literatura la uniformidad significa muerte, simbólica y literalmente. El lenguaje siempre será el talón de Aquiles de los uniformadores. Quien está cerca de él lo sabe. Sólo una mente muy simple (o un alma muy corrompida) puede concebir que el lenguaje y el pensamiento puedan ser uniformados. Esta es la lección de Mijail Bajtin. Permítanme referirme brevemente a su vida porque ilustra, gráficamente y con dolor, el punto.
En la etapa más prolífica e innovadora de su producción, el teórico y filosofo del lenguaje sufrió exilio interno en la Rusia estalinista, acusado de tener creencias religiosas. Sufrió destierro en Siberia, fue condenado a ejercer puesticos grises para sobrevivir, se le prohibió publicar, apenas se le permitió ejercer la docencia y, finalmente, se le negó el doctorado. Ahora bien, Bajtin comparte, junto a un reducidísimo grupo de teóricos modernos, el privilegio de haber cambiado el curso del pensamiento sobre la literatura. Allí donde Bajtin fue leído las miradas cambiaron. ¿Qué había en su pensamiento que molestó tanto a este régimen de hierro? Ideas como esta: “toda palabra concreta… encuentra siempre un objeto hacia el que orientarse, condicionado ya, contestado, evaluado, envuelto en una bruma que lo enmascara; o, por el contrario, inmerso en la luz de las palabras ajenas que se han dicho acerca de él.... La palabra orientada hacia su objeto entra en ese medio agitado y tenso, desde el punto de vista dialógico, de las palabras, de las valoraciones y de los acentos ajenos; se entrelaza en complejas relaciones, se une a algunos, rechaza a otros, o se entrecruza con los demás; todo eso modela sustancialmente la palabra” (Teoría y estética de la novela).
Y la palabra es la libertad gozosa del pensamiento. Hay que tener temor profundo del otro para pretender liquidar la dimensión humana de la diversidad. Hay que tener desprecio profundo del pensamiento de los estudiantes y profesores para pretender instaurar un pensum que lo mutile. Que pretenda engrillar al otro con una estructura de pensamiento única, sea cual sea el signo. Hay que apostarle a la muerte… del otro, por supuesto.
La universidad debe ser renovada y revisada por los que hacemos vida en ella. Y se debe partir desde lo que nuestra universidad tiene que decir y proponer, tanto como desde lo que calla y asume. En nuestro caso particular, me refiero al hecho de la forma concreta en que defiende (¿defiende?) el principio de autonomía, al doble discurso que maneja sobre la inserción comunitaria cuando no dice una palabra sobre esta ciudad de bibliotecas cerradas, cuando asume un silencio genuflexo frente a la campaña de violencia con que las “guerrillas comunicacionales” pretenden secuestrar a los estudiantes más jóvenes, cuando se hace sorda y muda frente a la amenaza del Ministro Edgardo Ramírez de un pensum único, uniforme, muerto. No puedo aceptar las gríngolas ni el arreo de mula que pretenden ponerle al pensamiento ni a las palabras. “La pluma es la lengua de la mente”, decía el Quijote. Nada más cierto. Y la mente habla, susurra, pero no se calla.
Bajtin escribió un libro impresionante que sería su tesis para el doctorado que le negaron, La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. Este hombre valiente, cercado por el muro de silencio que erigía a su alrededor el régimen stalinista, abogaría por la risa, ese carnaval del alma en el cual el hombre teje las redes sociales más críticas. Voltea el mundo para mostrarnos que somos, cada uno con nuestras diferencias, puntos en el entramado diverso de la vida. Nuestra universidad es y debe seguir siendo la que “vierte su Orinoco de luz torrencial”. En el país de la eterna oscuridad sólo viven los monstruos.
En la etapa más prolífica e innovadora de su producción, el teórico y filosofo del lenguaje sufrió exilio interno en la Rusia estalinista, acusado de tener creencias religiosas. Sufrió destierro en Siberia, fue condenado a ejercer puesticos grises para sobrevivir, se le prohibió publicar, apenas se le permitió ejercer la docencia y, finalmente, se le negó el doctorado. Ahora bien, Bajtin comparte, junto a un reducidísimo grupo de teóricos modernos, el privilegio de haber cambiado el curso del pensamiento sobre la literatura. Allí donde Bajtin fue leído las miradas cambiaron. ¿Qué había en su pensamiento que molestó tanto a este régimen de hierro? Ideas como esta: “toda palabra concreta… encuentra siempre un objeto hacia el que orientarse, condicionado ya, contestado, evaluado, envuelto en una bruma que lo enmascara; o, por el contrario, inmerso en la luz de las palabras ajenas que se han dicho acerca de él.... La palabra orientada hacia su objeto entra en ese medio agitado y tenso, desde el punto de vista dialógico, de las palabras, de las valoraciones y de los acentos ajenos; se entrelaza en complejas relaciones, se une a algunos, rechaza a otros, o se entrecruza con los demás; todo eso modela sustancialmente la palabra” (Teoría y estética de la novela).
Y la palabra es la libertad gozosa del pensamiento. Hay que tener temor profundo del otro para pretender liquidar la dimensión humana de la diversidad. Hay que tener desprecio profundo del pensamiento de los estudiantes y profesores para pretender instaurar un pensum que lo mutile. Que pretenda engrillar al otro con una estructura de pensamiento única, sea cual sea el signo. Hay que apostarle a la muerte… del otro, por supuesto.
La universidad debe ser renovada y revisada por los que hacemos vida en ella. Y se debe partir desde lo que nuestra universidad tiene que decir y proponer, tanto como desde lo que calla y asume. En nuestro caso particular, me refiero al hecho de la forma concreta en que defiende (¿defiende?) el principio de autonomía, al doble discurso que maneja sobre la inserción comunitaria cuando no dice una palabra sobre esta ciudad de bibliotecas cerradas, cuando asume un silencio genuflexo frente a la campaña de violencia con que las “guerrillas comunicacionales” pretenden secuestrar a los estudiantes más jóvenes, cuando se hace sorda y muda frente a la amenaza del Ministro Edgardo Ramírez de un pensum único, uniforme, muerto. No puedo aceptar las gríngolas ni el arreo de mula que pretenden ponerle al pensamiento ni a las palabras. “La pluma es la lengua de la mente”, decía el Quijote. Nada más cierto. Y la mente habla, susurra, pero no se calla.
Bajtin escribió un libro impresionante que sería su tesis para el doctorado que le negaron, La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. Este hombre valiente, cercado por el muro de silencio que erigía a su alrededor el régimen stalinista, abogaría por la risa, ese carnaval del alma en el cual el hombre teje las redes sociales más críticas. Voltea el mundo para mostrarnos que somos, cada uno con nuestras diferencias, puntos en el entramado diverso de la vida. Nuestra universidad es y debe seguir siendo la que “vierte su Orinoco de luz torrencial”. En el país de la eterna oscuridad sólo viven los monstruos.
Profa. Adriana Cabrera
1 comentario:
Arriba la pluma que escribe y no calla...
"Algunas cosas comienzan grandes, algunas otras comienzan pequeñas, muy pequeñas. A veces las cosas pequeñas hacen las cosas más grandiosas." D.D.
JOSE HUMBERTO PUENTE
CALLE MARIÑO CON CARRERA 12 Nº 133
MATURIN ESTADO MONAGAS
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