COMUNIDAD / Mièrcoles, 19/06/2010 – Pág. 13
El cambio en las cosas es registrado desde la antigüedad en los textos de Heráclito. En la historia, la literatura, la biología son comunes las metamorfosis. Uno de los casos más emblemáticos es el de Gregorio Samsa, personaje de la novela de Franz Kafka: La Metamorfosis, quien un buen día amaneció convertido en un intimidante escarabajo. La historia evolutiva ilustra las distintas transformaciones del ser humano: el Australopitecus, Homo habilis, Homo erectus, Homo sapiens neoandertalensis hasta el Homo sapiens sapiens; de esa cadena evolutiva se concluye que el ser humano desarrolló un cerebro cada vez más grande y modificó el esqueleto para caminar erguido.
Como se puede observar, los cambios operados se traducen en degeneración o en evolución. En el plano ideológico, el individuo, a veces, sufre puntos de inflexión dependiendo del contexto histórico-político y social que lo condiciona, y es arrastrado –consciente o inconscientemente– por el torrente de los acontecimientos.
Con asombro se ha asistido a la intempestiva metamorfosis “kafkiana” de quienes se autoproclamaban de “izquierda”, “progresistas”, “revolucionarios”, más aún, “guerrilleros”, calificativos que ilustrarían máxima jerarquía del lustre político. Enarbolaban con orgullo sus banderas ideológicas. Militaban en partidos o grupos, en cuyas siglas no faltaban las letras R, C o S (revolucionario, comunista, socialista), que aludían a sus esencias de paladines de las luchas populares. Se desvivían porque se les reconocieran sus dones de “seres distintos”. No perdían oportunidad para asomar sus lugares comunes: “status quo”, “explotación de la clase obrera”, “proletariado”, “plusvalía”, “lucha de clases”, “antimilitarismo”, pues eran palabras mágicas del abracadabra para convertirlos en seres superiores, dotados de la más conspicua intelectualidad.
Estos revolucionarios de oficio abundaban con extrema virulencia en las universidades públicas. Se consideraban seres empoderados, miraban con desdén a los demás que no compartían sus madrigueras políticas. En los auditorios, con fogosidad, hasta el paroxismo, estos revolucionarios progresistas denunciaban los actos de corrupción de la administración pública, la persecución política, el atropello a la libertad de expresión, la agresión e inutilidad de los grupos castrenses, a los cuales se les etiquetaba de “gorilas” y causantes de todos los males de la República.
En este ambiente impregnado de ideologías izquierdistas universitarias nos curtimos los ayunos del “materialismo histórico”. Nos enseñaron a rechazar, de plano, cualquier asomo de régimen totalitario, castrador de las libertades individuales y colectivas; a repudiar a los antidemocráticos “gorilas”.
Ahora, con estupor, observamos la transmutación de las élites revolucionarias universitarias. Se despojaron de la vestimenta ideológica progresista, sin incubar ni siquiera un estado larvario, para asumir un atuendo signado por el autoritarismo. Intempestiva e incondicionalmente, se han suscrito al camuflado “proceso revolucionario”, dicho “Socialismo del Siglo XXI”. Cual hermanitas de la caridad, son firmes creyentes de este proceso, que es la antítesis de los discursos otrora pronunciados a viva voz y sin empacho, en diversos espacios públicos y académicos. Hoy se nos convoca a amar a “Yo, el Supremo”. Según ellos, los de hoy son militares “buenos”; al parecer tardíamente descubrieron esta categoría.
Los males del pasado: el despilfarro, la corrupción, el empobrecimiento de la población, el desempleo, la encarcelación y condena de los disidentes, el secuestro de los poderes públicos, el cierre de medios de comunicación, los atropellos a las universidades públicas y privadas, ¡y pare usted de contar! son hoy vistos con beneplácito. ¡No ose criticarlos!
La metamorfosis de ablandamiento ideológico de los manidos líderes revolucionarios los conduce a rendir pleitesía a una mascarada de proceso revolucionario minado de discursos vacíos y carentes de propósitos. Se convirtieron en segundones del régimen para usufructuar un micro poder. ¡Qué triste papel!
Profa. Aminta Pérez
udistasns@gmail.com
http://udistasns.blogspot.com/
Como se puede observar, los cambios operados se traducen en degeneración o en evolución. En el plano ideológico, el individuo, a veces, sufre puntos de inflexión dependiendo del contexto histórico-político y social que lo condiciona, y es arrastrado –consciente o inconscientemente– por el torrente de los acontecimientos.
Con asombro se ha asistido a la intempestiva metamorfosis “kafkiana” de quienes se autoproclamaban de “izquierda”, “progresistas”, “revolucionarios”, más aún, “guerrilleros”, calificativos que ilustrarían máxima jerarquía del lustre político. Enarbolaban con orgullo sus banderas ideológicas. Militaban en partidos o grupos, en cuyas siglas no faltaban las letras R, C o S (revolucionario, comunista, socialista), que aludían a sus esencias de paladines de las luchas populares. Se desvivían porque se les reconocieran sus dones de “seres distintos”. No perdían oportunidad para asomar sus lugares comunes: “status quo”, “explotación de la clase obrera”, “proletariado”, “plusvalía”, “lucha de clases”, “antimilitarismo”, pues eran palabras mágicas del abracadabra para convertirlos en seres superiores, dotados de la más conspicua intelectualidad.
Estos revolucionarios de oficio abundaban con extrema virulencia en las universidades públicas. Se consideraban seres empoderados, miraban con desdén a los demás que no compartían sus madrigueras políticas. En los auditorios, con fogosidad, hasta el paroxismo, estos revolucionarios progresistas denunciaban los actos de corrupción de la administración pública, la persecución política, el atropello a la libertad de expresión, la agresión e inutilidad de los grupos castrenses, a los cuales se les etiquetaba de “gorilas” y causantes de todos los males de la República.
En este ambiente impregnado de ideologías izquierdistas universitarias nos curtimos los ayunos del “materialismo histórico”. Nos enseñaron a rechazar, de plano, cualquier asomo de régimen totalitario, castrador de las libertades individuales y colectivas; a repudiar a los antidemocráticos “gorilas”.
Ahora, con estupor, observamos la transmutación de las élites revolucionarias universitarias. Se despojaron de la vestimenta ideológica progresista, sin incubar ni siquiera un estado larvario, para asumir un atuendo signado por el autoritarismo. Intempestiva e incondicionalmente, se han suscrito al camuflado “proceso revolucionario”, dicho “Socialismo del Siglo XXI”. Cual hermanitas de la caridad, son firmes creyentes de este proceso, que es la antítesis de los discursos otrora pronunciados a viva voz y sin empacho, en diversos espacios públicos y académicos. Hoy se nos convoca a amar a “Yo, el Supremo”. Según ellos, los de hoy son militares “buenos”; al parecer tardíamente descubrieron esta categoría.
Los males del pasado: el despilfarro, la corrupción, el empobrecimiento de la población, el desempleo, la encarcelación y condena de los disidentes, el secuestro de los poderes públicos, el cierre de medios de comunicación, los atropellos a las universidades públicas y privadas, ¡y pare usted de contar! son hoy vistos con beneplácito. ¡No ose criticarlos!
La metamorfosis de ablandamiento ideológico de los manidos líderes revolucionarios los conduce a rendir pleitesía a una mascarada de proceso revolucionario minado de discursos vacíos y carentes de propósitos. Se convirtieron en segundones del régimen para usufructuar un micro poder. ¡Qué triste papel!
Profa. Aminta Pérez
udistasns@gmail.com
http://udistasns.blogspot.com/
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