Prof. Orángel Morey Lezama
Dpto. Filosofía y Letras UDO-Sucre
udistasns@gmail.com
REGIÓN, miércoles 29 de febrero de 2012 / p. 11
El profesor Camilo Jiménez, de la Universidad Javeriana de Colombia, ha renunciado a su cátedra por la incapacidad de sus estudiantes para realizar un resumen de un párrafo (ver: http://elojoenlapaja.blogspot.com/2011/12/por-que-dejo-mi-catedra-en-la.html). Ha expuesto en una carta las razones que lo llevaron a tomar la decisión de renunciar y, en mi opinión, por las consideraciones que manifiesta en su escrito, tan comunes a nuestro contexto hoy en día, creo conveniente repasar algunos puntos tocados por Jiménez que nos permiten reflexionar acerca de nuestra realidad educativa.
En principio, los estudiantes de Jiménez no solo fueron incapaces de hacer el resumen de un párrafo, también fueron incapaces de atender los aspectos más elementales de la escritura (ortografía y sintaxis) y de cumplir con las mínimas normas de cortesía que debe tener un escritor con su lector, como claridad, economía y pertinencia.
Y algo más señala Jiménez en la actitud de sus estudiantes: “absoluta ausencia de curiosidad y de crítica”, dos aspectos determinantes en quien desea aprender algo y, se supone, cualidades naturales de los jóvenes. Por el contrario, sus estudiantes más bien se caracterizaban por “más apatía y menos curiosidad”. Sostiene el profesor que la atención de sus estudiantes pasó de lo trascendente a lo insignificante, pues ahora interesa mucho más el estado del Facebook, el mensaje en el Blackberry, entre otras cosas. Quizá, supone Jiménez, la curiosidad comenzó a desaparecer de los estudiantes cuando “el doctor Google” empezó a contestarlo todo.
Algo sucede en la educación básica, inquiere el profesor Jiménez, algo pasa en las casas de quienes ahora tienen veinte años o menos, “nativos digitales” los llama, pues cada vez más estos jóvenes pierden “la capacidad de concentración, de introspección y de silencio”. Su manera de leer, reducida a la necesidad de descifrar gráficos en internet, es hiperactiva, de una página web a otra, de una ventana a otra, del chat a un video en Youtube; entonces la actividad de leer, en palabras de Jiménez, se ha convertido en “salir al mar de internet a pescar fragmentos, citas y vínculos”, y por tanto, lo que refleja su escritura son “frases sueltas, grises, sin vida, siempre con errores”.
Con este modo de leer y de escribir también se pierden otras habilidades, mucho más valiosas en la interacción y relaciones sociales y ciudadanas, como escuchar con atención, elaborar razones y argumentos sostenibles, y ser capaz de oírse a sí mismo y al otro en una conversación.
Como lo han demostrado diversos estudios sobre el tema, la escritura, al servir de mediadora en los procesos psicológicos, activa y posibilita el desarrollo de otras funciones como percepción, atención, memoria y pensamiento; lo que significa que si relegamos la actividad de leer y de escribir a un segundo plano, como ocurre en nuestro sistema educativo en todas sus etapas, estaremos incidiendo negativamente en la formación de nuestros estudiantes; de allí su falta de curiosidad e interés por lo que sucede a su alrededor, su proclividad a consumir con facilidad el bombardeo de mensajes publicitarios, retóricas políticas, discursos ideológicos de todo tipo, mensajes audiovisuales a los que son sometidos diariamente sin la formación suficiente para discernir, enfrentarlos y digerirlos de acuerdo a sus intereses.
De allí también que su atención haya pasado de lo importante a lo menos interesante, y a enfocarse solo en lo que sea más fácil, en la actividad que implique el menor esfuerzo mental posible, desconociendo todos los riesgos que ello supone.
Es por estas razones (tan similares a nuestra realidad educativa en la UDO) que Camilo Jiménez ha renunciado a su cátedra, por no entender estos nuevos intereses de los jóvenes y por no encontrar la manera de enseñarles a diferenciar lo esencial de lo banal, actividad harto difícil en nuestros contextos.
Pareciera que las distintas generaciones comienzan a diferenciarse de modo abismal y que los docentes debemos entonces descubrir adónde miran nuestros estudiantes para tratar de encontrar los puentes que nos unen y, de este modo, atraerlos nuevamente al maravilloso ejercicio de pensar.
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