REGIÓN, miércoles 20 de junio de 2012, p. 14
Prof. Orángel Morey Lezama
Dpto. Filosofía y
Letras UDO-Sucre
http://udistasns.blogspot.com
Sobre
el deterioro del país y de sus instituciones se ha hablado bastante, y es casi
normal hacer menciones diarias a ello. De modo similar, se ha hecho reiterativo
entre los miembros de la comunidad udista —y no poco frecuente entre la
comunidad en general— llamar la atención sobre la actual situación del Núcleo
de Sucre; su desmedida descomposición manifiesta tanto en la infraestructura
física como a nivel académico.
Como “descalabro
académico” calificaba no hace mucho en este mismo espacio el profesor José Luis
Marcano nuestra situación universitaria. Podemos hablar con total propiedad
también de ocaso espiritual de la universidad, que se proyecta directa y
poderosamente en nuestro entorno social. Círculo que muy bien se puede
calificar de vicioso: los males del país apropiándose de la institución, y los
vicios universitarios colaborando en la degradación de un entorno que debería
estar enriquecido con su influjo y acción. Efectivamente, esta situación
decadente es consecuencia de una generación de malos gerentes, pero también lo
es de la situación del país.
Al hablar de
educación, José Ortega y Gasset sostenía que su principio esencial era que los
centros de enseñanzas, como instituciones normales de un país, “dependen mucho
más del aire público en que íntegramente flotan que del aire pedagógico
artificialmente producido dentro de sus muros”. Y más exactamente, para que la
institución sea buena, y con ella la educación que allí se imparte, debe
cumplirse cabalmente la ecuación entre el aporte del contexto exterior –que
depende de las políticas educativas gubernamentales– y el aporte interno de
cada centro educativo.
Como ejemplo que ilustra esta
concepción, Ortega agregaba que aunque fuesen perfectas la secundaria inglesa o
la universidad alemana, serían intransferibles, pues su realidad íntegra es el
país que las creó y mantiene. De modo que aunque tenemos razón cuando acusamos
a decanos y rectores de las desgracias de nuestra universidad, también debemos
sumar, y con mayor responsabilidad, a las autoridades nacionales, que con su
menosprecio, su desaprobación y constante ataque hacen mucho más daño. Lo que
un país hace con sus instituciones educativas, lo hace con su futuro, para bien
o para mal. La asfixia de la autonomía universitaria por vía del control
ideológico y la constricción presupuestaria y legal testimonia el modelo de
país que nuestro gobierno actual ensambla para las generaciones futuras. Miopes
y embriagados con la obsesión del poder a cualquier costo, no terminan de
percatarse que el problema del país es un problema educativo.