REGIÓN, miércoles 13 de junio de 2012, p. 12
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Profa. Graciela Acevedo
Dpto. Sociología UDO-Sucre
http://udistasns.blogspot.com
Si usted fue criado escuchando los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo entenderá
rápidamente el sentido de estas líneas. Tío Conejo usa recursos impensables
para enfrentar (como recurso extremo apelará a su velocidad para huir) la
fuerza de Tío Tigre y siempre termina ganando. Podríamos decir, junto con algún
estudioso, que esa exposición temprana a las hazañas de Tío Conejo puede haber
fomentado entre nosotros uno de nuestros rasgos característicos: la viveza
criolla.
Se han escrito algunos ensayos sobre la condición de la viveza criolla, esa
característica que nos hace dibujar una sonrisita automáticamente cuando a ella
se hace referencia. Si nos detenemos a pensar la viveza criolla -cosa que no es
fácil, porque vivimos en ella sin conciencia, como el pez en el agua-,
encontramos destellos de una inteligencia que nos permite resolver,
creativamente, problemas que no podrían resolverse sin cambiar de perspectiva.
Pero la viveza del venezolano tiene unas facetas que, a algunos, nos dejan
perplejos como la costumbre de contar con pelos y detalles las peripecias de
las que algunos vivos se valen para lograr un objetivo sobrepasando las normas;
vemos a los vivos reír socarronamente contando a viva voz las transgresiones de
las que se han valido en muchas circunstancias: cómo lograron copiarse en un
examen, sobornar a un fiscal, evadir una cola, imposibilitar a un contendor,
etc. No sólo violamos las normas, sino que lo celebramos abiertamente y nos
ponemos como ejemplo a seguir.
Me llama la atención el uso generalizado de las expresiones “con mi cara de
pendejo, o de pendeja, bien administrada”, “hecho el pendejito” con las que la
gente celebra ciertos logros. ¡La mayor expresión de viveza es hacerse el
pendejo! Es un fenómeno digno de un estudio. Pero si bien la viveza de alguna
gente suscita cierto grado de alarma, cuando la viveza criolla se produce en el
ámbito de la academia adquiere ribetes escandalosos.
Que se logren posiciones académicas haciéndose el
pendejito es un contrasentido a todas luces. En este punto voy a permitirme
contradecir la opinión según la cual es Tío Conejo nuestro modelo de viveza
para decir que, por lo menos en la academia, podría ser también en la política,
el modelo de viveza es el de Juan Peña. Juan Peña, del que nos cuenta Pedro Emilio Coll que “de alborotador
y pendenciero, tornóse en callado y tranquilo”, aquel que veía crecer su
reputación “de hombre juicioso, sabio y "profundo"” mientras que en la oscuridad de su boca
acariciaba su diente roto, sin pensar.
Vemos a
algunos personajes que nunca demostraron en su formación ningún brillo académico,
aparecer ahora como brillantes administradores de su imagen. Los miramos
recibiendo elogios y aceptando cargos –puede ser rodeados de libros que nunca
leen– y enunciando una profundidad posada. Creen, seguramente, que pueden
engañar a todos y no se percatan que están convertidos en caricaturas, que
están desperdiciando su tiempo, porque, como Juan Peña, nunca se han detenido a
pensar… Llegará el momento en que por ellos doblen las campanas sin que hayan
asumido la condición que los hace hombres de verdad y no simples acariciadores
de dientes rotos. Alguna vez alguien se preguntará por sus obras y los
encontrará desnudos como al rey que, acostumbrado a los halagos, no se
percataba que andaba por la vida en cueros.
Si revisamos
la literatura picaresca, encontramos que recoge la viveza desde hace por lo
menos quinientos años. No es fácil erradicar comportamientos fomentados desde
la infancia; no es sencillo deslastrarse de la savia que recorre los vasos
capilares de la historia. Algunos teóricos consideran que la viveza forma parte
del inconsciente colectivo de los pueblos latinoamericanos.
Seguiremos amando a Tío
Conejo, pero sería interesante que le sumáramos a ese amor la otra simbología
que el animalito tiene. El conejo ha sido utilizado como símbolo de fertilidad,
de velocidad, de agilidad… Lewis Carrol lo utiliza en “Alicia en el País de las
Maravillas” como un imagen para representar el asombro. Siguiendo al conejo
podríamos descubrir un mundo maravilloso. Ese debería ser el papel de los
académicos.
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