Prof. Reinaldo Cardoza Figueroa
Dpto. de Currículo y Administración Educativa
reycard@gmail.com
http://udistasns.blogspot.com
La interrogante que da título a este texto es, casi de manera exclusiva, la primera expresión de aquellos a quienes digo cuál es mi condición laboral en la Universidad de Oriente. ¿Fuera de nómina?, y en los rostros se mezclan extrañeza e incredulidad, como que estuviese contando una historia que yo mismo me inventé para vacilarlos. De inmediato, debo sacar mi cara más dura, más seria, de modo que me ayude a convencer a mi interlocutor (sea quien sea). En el fondo los entiendo; la construcción «contratado fuera de nómina» parece encerrar, en sí misma, una absurda paradoja que no me detendré a analizar acá. Un estar como que no se estuviese. Un limbo administrativo sin garantías y ningún beneficio, pero con muchas exigencias y obligaciones. Un pertenecer al centro y también un ubicarse fuera. Así, tengo ante mí al incrédulo oyente que me interroga, esperando una respuesta.
Como buen didacta, doy paso a mi explicación: un profesor fuera de nómina suele ser un joven profesional con título universitario que aún cree en la Academia y participa en un concurso de credenciales en la UDO por el cargo de profesor instructor. Una vez que resulta ganador, comienza en su trabajo. En algún momento, cuando la situación apremia, cae en la cuenta de que no recibe remuneración alguna y de que nadie le habla de pago. Inicia entonces, casi sin saberlo, una especialización en relaciones públicas y una maestría en burocracia universitaria. De modo que al cabo de unas semanas descubre que está fuera de nómina (algo así como el segmento E de la escala universitaria) porque no tiene «código cargo», y, además, que hay quienes han pasado 3, 4, 5… años esperando; que deberá recibir su pago a través de un cheque y no en una cuenta bancaria; que la emisión del cheque depende de decenas de departamentos; que todas cometen errores y más errores en los trámites; que ‘nadie’ sabe algo y ‘ninguno’ da una respuesta certera; que unas veces no han llegado los recursos y otras no alcanzó para toda la plantilla fuera de nómina; que no hay quien firme o quien tenía que hacer el papeleo tiene un orzuelo; que al final, si tiene suerte, va a recibir su papelito (tal vez por el monto incompleto) de madrugada, amaneciendo un 24 de diciembre o a mitad de agosto, cuando ya los otros han disfrutado una y mil veces de aguinaldos y bonos vacacionales con aumentos, homologaciones, bonos compensatorios, primas. Como si esto fuese poco, reconoce que ha perdido el derecho a enfermarse, porque no tiene seguro médico, tampoco seguro social obligatorio, ni otros beneficios contractuales o de ley; casi está considerando olvidar su condición humana.
La persecución del cheque y la espera del fulano «código cargo» se convierten en dos móviles de su vida profesional. La una porque también de pan vive el hombre; la otra porque en la espera hay una promesa de un futuro mejor. A los malabares propios de un docente universitario para sobrevivir -rindiendo un sueldo ínfimo para satisfacer todo el amplio abanico de necesidades personales, de su grupo familiar y las exigencias de la Academia- hay que sumar las llamadas a funcionarios maleducados, visitas a mal encarados coordinadores y jefes (con sus excepciones, que también las hay), la preguntadera por los números y fechas de los oficios. Al final uno se convierte en un fastidioso profesional, en un incómodo espontáneo… También en mártir. Y esto es, quizá, lo más lamentable.
Mis interlocutores oyen sin interrumpir. No dejan de mostrarse incrédulos, pero ya no por mí, sino porque no conciben que una cosa así pueda pasar en lo que alguna vez fue La casa más alta. Generalmente, una expresión jovial ilumina sus rostros y me sueltan sin remordimientos lo que para ellos es la solución: ¡Carajo, chico! ¡Búscate otro trabajo!