Prof. Ramón Ochoa
Dpto. Psicología e Investigación Educativa
udistasns@gmail.com
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Tres noticias han fijado la atención de la opinión pública en las últimas semanas.
La primera se refiere a los recintos penitenciarios. Para catapultar su espantosa realidad se unieron las muertes por tortura de detenidos en el centro de capturas del CICPC de El Rosal, un escandaloso reportaje sobre la cárcel de San Antonio en Margarita y los sucesos de El Rodeo. Las tres situaciones desnudan la incompetencia gubernamental también en materia penitenciaria.
La rebelión de los presos, los muertos, la intervención de la Guardia Nacional, la improvisación de un nuevo ministerio, la incautación de armas y municiones hasta de gran calibre, y drogas y dinero por montones, otros muertos, los desoídos reclamos de información y justicia de los familiares y la represión para ellos, el traslado de millares de hacinados a otros hacinamientos, las promesas de diligenciar medidas cautelares y sustitutivas para disminuir el hacinamiento, el trueque de agua y comida a cambio de presos, la captura del director de El Rodeo, más muertos, los arreglos para la rendición de los pranes (se puso de moda la palabras “pran”), la fuga de un pran y 30 presos de una cárcel rodeada por la Fuerza Armada Nacional, la rendición de otro pran tras 28 días, la muerte de cuatro de los fugados y la aparición de otros seis cadáveres en las instalaciones recuperadas por la Guardia Nacional conforman la larga enumeración de los rodeos necesarios para que el gobierno controlara una cárcel. Solo para controlar una y vacía.
La tragedia genera un consenso: familiares, organizaciones de derechos humanos, especialistas en el área penitenciaria, todo el país sano, exigen responsabilidad y que el gobierno actúe como Estado. Lo mostrado –además de lo escondido– nos sacude, nos espanta y nos mueve a reflexión. Queremos saber quiénes son los responsables, o, como preguntaba aquella comedia, dónde está el piloto. ¿Volando hacia Cuba?
La segunda noticia: El Presidente está enfermo. Después de mil rumores y desmentidos nos enteran de que tiene cáncer, ha sido operado dos veces y requiere quimioterapia. Sus discursos y toda la propaganda oficial trasuntan un gemido claro y comprensible: “Yo no me quiero morir”. Resulta curioso, cuando menos, que algunos de sus acólitos más intemperantes, quienes han causado muerte y se han burlado del dolor ajeno, hayan salido a pedir respeto para su enfermedad y su sufrimiento. La cuestión que importa no es que se lamente o no su enfermedad. Es que con esta quedó de relieve su falta de consistencia. Por largos años se apostrofó al país con lo de “Patria, socialismo o muerte”. Era la condensación de la esencia. Hasta en la sopa. Si hubiera habido coherencia en algo bien intencionado, se habría mantenido. Pero no, desapareció. Este giro dramático en la circunstancia vital del enfermo me confirma que no hay proyecto, que el proyecto es él y su circunstancia personal; todo lo demás es accesorio. Lo esencial, lo imprescindible es él. Él, quien lleva trece años vociferando contra la sombra-teatro del magnicidio, ahora aparece con frecuencia como un cordero rumbo al matadero. La noticia de su padecimiento genera o demasiadas dudas o solidaridades automáticas. No hay consenso.
La tercera noticia es que la Vinotinto se destaca en la Copa América y gana el merecido respeto de propios y extraños. Los venezolanos sentimos la actuación de la Selección Nacional como un bálsamo en estos momentos de incertidumbre. Aún les falta un trecho largo y empinado (espero que no tanto como el Chimborazo). Pero lo más importante es que con su gesta generaron otro consenso: sembraron esperanza y estimularon la idea de una nación integrada, constructiva, trabajadora, positiva, una nación deseosa de buenas noticias. La Vinotinto logró una visión unitaria del país. Pudimos pensar en una nación con metas comunes que lucha y se esfuerza por conseguirlas.
Ojalá el Presidente aterrice, y, además de atender su cáncer, atienda el clamor de justicia social patentizado en El Rodeo y atienda también, y principalmente, el clamor por un proyecto nacional basado en el consenso esperanzado en torno a un país mejor que puede tener como símbolo a la Vinotinto.
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