Región
09-01-2013, p.14
Adriana Cabrera*
Al momento de escribir
este artículo ya fue electa la “nueva” directiva de la Asamblea Nacional. Ha
sido particularmente difícil escribir con tanto ruido de fondo, y con el
añadido de que, al momento de su publicación, será la víspera de la
juramentación presidencial. En medio de todo, pues, la pregunta central es obvia,
pero muy difícil de responder: ¿cuál es el papel que le toca cumplir a la
Universidad en esta hora triste, pervertida por aves de rapiña desde los podios
del poder?
En el hemiciclo se
instaló una arena para la diseminación del odio, para el comercio del poder, la
inflamación del resentimiento. Esta vez no hay gobiernos pasados que culpar. La
muerte hace su primer trabajo: mostrarnos como somos, materia efímera, y en
muchos casos, de naturaleza cobarde y soberbia. Y para ello, la verdad, no es
necesario que haya ocurrido ninguna muerte. Sin dejarnos tentar por
especulaciones (es imperativo exigir información seria y no este tinglado de
contradicciones montado por voceros oficiales), hay una realidad que no ofrece
dudas: quien debería ejercer el poder no lo está ejerciendo y permanece mudo en
una isla extranjera con la anuencia de quienes tienen el deber de cuidar con
celo y dignidad nuestra soberanía —empezando por el mismo paciente. La herencia
que ha dejado es un fruto envenenado.
En esta hora vacilante,
¿qué puede la Universidad? ¿Puede algo la fe en el pensamiento, en la consolidación
de la racionalidad? La universidad es, en esencia, trascendente. No puede
realizar su labor sino sobre la base del pensamiento abierto y democrático, a
través del ánimo libre de la investigación, a través del cultivo de las cosas
que crecen, que son rectas y construyen la belleza. La Universidad es contraria
a la violencia, al espíritu del odio y, fiel a su papel necesario, debe
oponerse al florecimiento de todo mal.
El ratificado presidente
de la Asamblea expresó que la oposición no tendría representación en la
directiva, interpretando a su modo torcido la voluntad expresada por el
electorado el pasado 7 de octubre. Interpretó como él bien sabe hacer, quebrando,
manipulando, convirtiendo preferencia en discriminación, exclusión y aniquilamiento.
En su juramentación usó el calificativo de hermosa para referirse a la
revolución, con la mano derecha sobre la Constitución que
juraba respetar mientras con la izquierda le torcía el cuello. Vociferó que el
permiso del candidato electo se extendería hasta que su salud se restableciera,
pisoteando cualquier plazo constitucional (y “chito, a callar todos”). Escupió
su juramento y ejecutó la pretendida hermosura de la revolución con un salivazo
certero de odio. Amenazando. Sonriendo por lo bajo. Es la hora sórdida que se
cierne sobre la nación entera. La Universidad debe poner lo mejor de sí para
que las semillas del odio no prosperen.
Que nos sea leve.
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Profa. Dpto. Filosofía y Letras UDO-Sucre
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