Región, miércoles 11-07-2012, p. 16
José A. Véliz
Prof. Dpto. Biología UDO-Sucre
http://udistasns.blogspot.com
Tenemos una Universidad que, aun convertida en cementerio repentino
de obras inconclusas, se niega a desaparecer. Como hormigas perseverantes ante
la destrucción del nido, los profesores universitarios continuamos dando lo
mejor de nosotros. Ante la destrucción construimos, no edificios sobre ruinas
establecidas; no, construimos maneras de pensar diferentes; insuflamos
esperanza de que nuestro país será lo que soñamos algún momento que fuera, una
nación libre e independiente, donde el bienestar del venezolano sea lo
principal.
Esperamos que las cosas cambien, porque no tenemos más nada que
ofrecer a nuestros estudiantes, que no sean esperanzas. Nosotros trabajamos con
ideas, conocimientos, razones y argumentos, que en sus manos y mentes serán la
materia prima para moldear el futuro. Ante la incertidumbre que sienten
nuestros estudiantes con respecto a su futuro laboral, no hay maneras fáciles
de decirles que quizás muchos serán desplazados por otros profesionales que
egresan de otras universidades públicas sometidas al gobierno. Tenemos que
ofrecerles esperanzas.
Las cosas deben cambiar; no queremos que sigan iguales al pasado
reciente o remoto. Siempre los universitarios hemos sido progresistas.
Queremos que sean diferentes de verdad.
El desastre que es la administración pública en todos sus ámbitos (salud, vialidad,
seguridad, ambiente, educación, etc.) se debe a que, en muchos casos, la
incompetencia profesional sumada a la incondicionalidad al régimen no les
permite a las autoridades de turno actuar profesional y éticamente; su lealtad no
es con la ciudadanía a la que se deben, ni siquiera con ellos mismos; es con el
jefe supremo, visto como entelequia inalcanzable y todopoderosa.
Cuando se polariza el vivir de la gente por causa de intereses
particulares, los derechos no tienen importancia, son una mera formalidad que puede ser borrada
y, con ella, siglos de civilización. Lamentablemente, la historia demuestra
que, lo que incomoda al principio, cuando se hace costumbre, ni tan siquiera remordimiento de conciencia
produce.
Cuando no pueden arrodillar a
las universidades y someterlas al cinturón de acero de la educación panfletaria
y uniformada, entonces se aplica el recorte presupuestario. Se ahoga, ahorca y
termina reduciendo a la mínima expresión la docencia, la investigación y la
extensión. No hay más, se acabó… La autonomía universitaria vuelve a ser una
utopía y, atropellada por el gobierno, es un deseo a hacer de nuevo realidad.
Aun en esas condiciones los docentes cumplimos, damos esperanzas en
un país con anhelos de cambio.
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