Región, miércoles 28 de septiembre de 2011 / p. 14
Profa. Adriana Cabrera
Dpto. Filosofía y Letras
udistasns@gmail.com
http://udistasns.blogspot.com
El 27 de octubre del año pasado, el Núcleo de Sucre de la UDO fue sacudido por un violento disturbio. Nuestra universidad —así lo sentimos los udistas y una buena parte de la comunidad cumanesa— fue herida a traición por personas que, al parecer, eran miembros de nuestra propia Casa. El origen inmediato de ese caos no podía ser más sórdido, ni más demostrativo de los males que prosperaban bajo la mirada resignada, cuando no negligente y, en algunos casos, cómplice de quienes hacemos vida allí. A fin de cuentas, se trató de una pequeña turba saqueadora, delincuente y armada que, enardecida por el decomiso de unas botellas de licor (obtenidas del saqueo), arremetió contra personas, vehículos y edificaciones causando destrozos considerables. A casi un año de este ataque, todavía se aprecian las huellas de esa barbaridad en las puertas y ventanas del Instituto Oceanográfico y de la sede de la Asociación de Profesores. El evento, visto por una mirada poco examinadora, parecería grave, sin duda, pero puesto en el contexto de nuestra violenta ciudad no pasaría de ser una manifestación más del caos en el que vivimos desde hace tiempo entre cortes eléctricos, huecos, y demás vicisitudes del cotidiano desgobierno. Sin embargo, la reacción generada confiere otra perspectiva y revela que este asalto sin precedentes no es más que un síntoma de una enfermedad real y de gran magnitud.
Los profesores, actuando como gremio, es decir, en ese ejercicio de solidaridad que enaltece, dejaron de lado diferencias personales, profesionales e ideológicas y se abocaron multitudinariamente, desde la misma fecha del ataque, a un largo paro activo. Su presencia organizada, decidida y demandante resultó en presión que imprimió celeridad a la toma de medidas disciplinarias. No obstante, la suspensión de las actividades académicas rápidamente se reveló insuficiente como respuesta y dio paso a la organización de mesas de trabajo que comenzaron a escrutar la vida universitaria, la institucionalidad, la forma en que nuestra Casa ha venido funcionando y las circunstancias bajo las cuáles sus cimientos se han erosionado. En un reconocimiento de que estos brotes habituales de violencia, independientemente de su intensidad, respondían a un deterioro más general y más profundo, las mesas discutieron las condiciones de convivencia, la forma en que se administra la seguridad y la vigilancia, el estado y normalización de los espacios, las condiciones de trabajo y de ejercicio académico, así como lo relativo a los estatutos legales que rigen la vida universitaria. El resultado fue un documento de singular importancia para quien tenga la voluntad política de convertir esta universidad devastada en una universidad realmente saludable y promisoria. La universidad que hace tiempo deberíamos ser.
Los documentos elaborados, producto de esas jornadas, obra del compromiso preocupado, consecuente y disciplinado de quienes participaron en mesas de trabajo fueron entregados a la Junta Directiva de APUDONS, la cual quedó con el mandato –por decisión de la asamblea en pleno– de difundirlos y defenderlos ante las organizaciones, las autoridades, y ante toda la comunidad universitaria.
Desde entonces ha pasado un tiempo más que largo. Ha pasado el tiempo de la expectativa, de la esperanza y de la duda. Lo que fue un grito indignado, por obra de la inacción y la indiferencia a pesar de los reiterados reclamos que se han hecho por distintas vías, es hoy apenas un susurro.
Quienes fungimos como coordinadores de cuatro de las cinco mesas, participantes del grupo Udistas, procurando el cumplimiento de las resoluciones alcanzadas, enviamos comunicaciones a la junta directiva, preguntamos a sus representantes o los apremiamos en asambleas. Una comunicación del 18 de febrero de este año ya evidenciaba nuestra inquietud por la deficiente manera como se habían implementado los acuerdos para la difusión del trabajo de las mesas. Advertíamos: “No expresamos a usted este malestar por afán ocioso, sino porque nos compromete el papel que asumimos ante nuestros colegas cuando decidimos aceptar la tarea de coordinar las mesas.”
Ese compromiso se mantiene. Pronto iniciaremos otro semestre y es imperativo impedir que nuestra voz sea silenciada. Creo que es justo preguntar: ¿Qué pasó con las mesas de trabajo?
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