Publicado en el diario Región el miércoles 14 de diciembre de 2011 / p. 14
Prof. Reinaldo Cardoza Figueroa
Dpto. Currículo y Admón. Educativa UDO-Sucre
reycard@gmail.com
Una escena de Kung Fu Panda (2008) y la lectura reciente de La espiral incesante (CELARG, 2010), de Rafael Castillo Zapata, me han hecho reflexionar sobre el asunto de la herencia y el legado académico en el Núcleo de Sucre de la UDO (y, por extensión, en otros espacios). La asociación parece disparatada, pero si lo pensamos un poco no lo es tanto. La escena de la película es aquella en la que el maestro Shifu descubre la estrategia para entrenar a Po, quien está destinado a ser el Guerrero Dragón a pesar de sus escasas habilidades y pésimas condiciones físicas. Maestro y discípulo se reconocen –y descubren–: Shifu sabe que el panda será el depositario del arte milenario del kung fu; el oso acepta a su maestro como tal y recibe el entrenamiento correspondiente. Por otro lado, el libro de Castillo Zapata analiza cómo el poeta Lezama Lima construyó una herencia, un legado poético, que transmitió a los miembros del grupo Orígenes, y ha sido la garantía de perduración de los origenistas y sus postulados literarios y estéticos.
Ojalá nuestro proceder como académicos de la UDO fuese más próximo al del maestro Shifu, quien es capaz de identificar la virtud en el discípulo para hacerlo heredero de una tradición y del conocimiento que ella arrastra consigo. O como el de Lezama Lima, quien fue elaborando, alrededor de su propia imagen como padre de una familia de poetas, un legado que los otros asumirían, transformándolo. Si pudiésemos asimilar estos modelos a la vida universitaria, la situación actual de nuestra academia sería otra. Lástima que esto no pueda enseñarse ni aprenderse bajo los parámetros de la formalidad académica. No se logra con la obtención de un título ni con un ascenso en el escalafón profesoral. Es, en principio, una condición de verdaderos maestros que reconocen en la tradición el impulso necesario para mirar al futuro, y que sólo puede ser transmitido por el ejemplo y el modo de asumir la educación.
En los pocos años que he trabajado en la UDO, he podido ver a profesores con una larga trayectoria que se niegan a aceptar que otra generación los ha de suceder; otros tantos, con una respetable carrera, se han jubilado sin asegurar la transmisión; cuando ocurre el trámite administrativo de la jubilación, desaparece todo su legado. Entiendo que, como decía una profesora a quien estimo, la preparación es individual, un proceso personal que no depende de lo que los demás hagan, pero cuánto ganaríamos si fuéramos capaces de renunciar a ese egoísmo tonto y nos atreviéramos a construir una tradición que, al modo de una familia donde madres y padres legan a sus hijos, pueda fortalecer el quehacer académico de nuestra casa de estudios. Pienso que necesitamos académicos que sean capaces de legar sus experiencias (investigaciones, formación, publicaciones, preparación, asesoramiento…) a la generación de los jóvenes docentes, en una suerte de fórmula que garantice la continuidad, la perduración, el crecimiento y el desarrollo de la academia. Sería absurdo esperar que esta ecuación funcione si no consideráramos la otra parte, la de los legatarios, aquellos que han de recibir la herencia. Nuestra generación ha de demostrar que es digna de suceder a sus maestros, de estar a la altura de ese legado que debemos saber apropiarnos y transformar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario