Profa.
Marlyn Cabrera
Dpto.
Idiomas Modernos UDO-Sucre
http://udistasns.blogspot.com
Hasta
hace poco me era suficiente que los muchachos insistieran en colocar música en
los pasillos de la universidad para alarmarme; los veía reunidos en grupos generalmente
de tres o cuatro, sentados en las escaleras o en el piso, recostados de las
paredes sucias, rodeados del polvo y los desechos que la modorra, esa que
nombraba un colega y amigo, les impide colocar en los escasos pipotes del
campus universitario. Como todas las invasiones de las que hoy la universidad
es víctima, esta colonización musical –lo cual suena engañosamente encantador–
comenzó con alguien, uno solo, o unos pocos y se ha ido haciendo la costumbre
de otros, muchos; se van sumando tantas ovejas hasta que el rebaño es
incontenible y se trasmuta en una manada de lobos eufóricos, desopilantes y
temibles.
No es un
secreto para nadie que las botellas de licor pasan de mano en mano en ciertos
lugares del campo universitario. También están los juegos de envite y azar.
Menos obvias, aunque más aviesas, están las drogas. Todo esto entre otras
vergüenzas que ya redundan por lo frecuentes y lo desatendidas. Ahora está la
música, en tantas presentaciones como varíe el gusto.
El
pasado jueves 26 de abril, un grupo de seis jóvenes, que difícilmente contaban
los veinte años, tenían un narguile humeante y una botella de licor frente a la
puerta principal del miniauditorio de APUDONS; escuchaban una música estridente
que interfería con el estudio que realizaban unas jóvenes a pocos metros de
distancia y con el sosiego de otros, quienes, no teniendo más sitio de
esparcimiento, acuden a las adyacencias del Oceanográfico. Eran casi las 2 p.m.
cuando, con bastante indignación, me tocó llamarles la atención y pedirles que
se fueran. Además de lo obvio, la indignación vino por otras dos razones
principales; la primera es que no encontré un vigilante a quien acudir y la
segunda fue la respuesta resignada de un trabajador de la universidad: “eso es
todos los mediodías.” ¿Lo más sorprendente? Los muchachos, mansamente,
aguantaron el regaño y literalmente se fueron con su música a otra parte
–también se llevaron el narguile y la botella. ¿Así de difícil es controlar tal
situación?
Cada vez
es más común que los estudiantes coloquen los llamados popularmente cubos
musicales en distintas áreas de la universidad, estorbando el sano desempeño de
lo que debería ser una academia.
Otro
caso de este tipo de actitud delictiva melodiosamente solapada fue evidentísimo
durante toda la semana pasada. En una de las mesas de concreto detrás del
cafetín de Cursos Básicos, se encontraban personas de distintas edades, cuyo
nexo con la universidad ignoro, bebiendo y escuchando música bastante alta.
Según la opinión de varios colegas y estudiantes, tal cual lo pude comprobar el
viernes a las 4 p.m., no se observaba ningún esfuerzo por ocultar las botellas
y los vasos llenos de licor; reían y contaban chistes, como si estuvieran a la
orilla del río en un pueblo alegre celebrando una fiesta patronal. Esta vez la
música no venía de ningún dispositivo portátil, sino de dos cajones de 30 o 40
centímetros de alto. El descaro fue absoluto.
Esta
situación es controlable. Todavía tenemos tiempo antes de ser colonizados por
estas tropas del ruido. No estoy hablando de delincuentes. Estoy hablando de
personas en actitud delincuente, muy probablemente por falta de debida
orientación. Una botella de ron, un paquete de cartas, un cigarro de marihuana,
todos son prestos a la clandestinidad. Pero, valga el sentido común, la música
es ridículamente obvia.
Entonces,
mientras que los profesores y demás adultos responsables nos ocupamos de
orientar a nuestros estudiantes sobre el debido comportamiento en el recinto
universitario y de ayudarlos a entender el porqué, necesitamos que la
vigilancia de la universidad (aplicando las normas universitarias y de convivencia,
y las directrices que suponemos deben dar las autoridades decanales) haga su
parte, mínimamente en los casos donde resulta tan fácil como acercarse y
realizar la petición.
Si queremos estudiantes pensantes y
civilizados capaces de exhibir el comportamiento universitario adecuado, hace
falta que cada quien contribuya con lo propio, porque la educación es labor de
todos. No más ovejas ni lobos.
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